domingo, 12 de junio de 2016

Ricitos de oro

¡Hola soñadores! En el dia de hoy les traigo un cuento popular. Es considerado considerado como una historia folclórica anónima, tal vez  escocesa , o como material recogido por los hermanos Grimm, cobró fama a partir de su primera edición en 1837 en la forma de un texto en prosa compuesto por Robert Southey, basado tal vez en una versión más antigua y que aparecía en su obra The Doctor.
¡Qué lo disfruten y tengan un maravilloso día! 

Ricitos de oro
Había una vez una niña con el cabello tan rubio y enrulado que la llamaban Ricitos de Oro.
Una tarde, se fue al bosque a cortar flores. Caminó y caminó y, cuando llegó al centro del bosque, encontró una cabaña muy linda. Nunca antes la había visto, pero a Ricitos esta cabaña le pareció encantadora.
Espió por la ventana y vio que la mesa estaba tendida con tres tazones de distinta medida. La comida estaba servida y el humo salía de los platos. Ricitos pensó entonces que ahí vivía una familia que había salido al bosque por unos momentos. La puerta era brillante y olía a pino. Golpeó con los nudillos, toc-toc, pero nadie atendió. Esperó unos momentos y como era una chica muy curiosa se acercó pasito a pasito hasta la puerta. No estaba bien meterse así en una casa ajena, pero Ricitos no pudo aguantarse las ganas de saber quién vivía ahí y cómo era la cabaña por dentro. De modo que empujó la puerta y entró.
La familia no estaba en la casa en ese momento. Ricios vio una mesa y tres sillas azules. Una silla grande, otra mediana, y otra chiquita. Ricitos de Oro fue a sentarse en la silla grande, pero esta era muy alta. Luego, fue a sentarse en la silla mediana. Pero era muy ancha. Entonces, se sentó en la silla pequeña, pero se dejó caer con tanta fuerza que la rompió.
Sobre la mesa había tres tazones con sopa. Uno grande, otro mediano y otro chiquito. Ricitos tenía un hambre tremenda, así que probó el tazón mayor y como estaba muy caliente lo dejó a un lado. No quería quemarse la lengua. Probó el segundo tazón y estaba caliente también, aunque no tanto como el otro, pero igual no era de su gusto. Así que probó el tercero, que estaba frío y se lo tomó todo. Cuando llegó al final, le dio un lengüetazo al fondo, como hacen los gatos.
Tanto había comido Ricitos de Oro que le dio sueño. Entró al cuarto de al lado; y otra, chiquita. Ricitos se acostó en la cama  grande, pero la encontró muy dura y áspera.
Luego, se acostó en la cama mediana, pero le pareció muy blanda y se hundía en el colchón. Después se acostó en la cama chiquita. Y esta si le gusto, tanto tanto que se quedó dormida.
Ricitos de Oro estaba dormida, cuando llegaron los dueños de la casita, que era una familia de osos, y venían de dar su diario paseo por el bosque.
Cuando entraron, enseguida notaron algo raro.
-¿Qué pasa acá?- preguntó el oso, gritando muy fuerte-. ¡Alguien ha tocado mi silla!
La osa gruño un poco menos fuerte:
-¡Alguien ha tocado mi silla!
El osito lloró bajito:
-¡Alguien se comió toda mi sopa!
Los tres osos, tristes y hambrientos, decidieron irse a la cama.
También en este cuarto los osos notaron algo raro…
-¿Qué pasa acá?- se preguntaron, y sonaron entonces las tres voces de los osos: la del oso muy fuerte, la de la osa un poco menos fuerte, y la del osito, que era una voz bajita.
 El oso dijo con voz ronca y muy fuerte:
-¡Alguien ha dormido en mi cama!
La osa dijo con su voz menos fuerte:
-¡Alguien ha dormido en mi cama también!
El osito chilló bajito:
-¡Alguien está durmiendo en mi cama!
Ricitos de oro se despertó. Abrió los ojos de par en par y al ver a los osos tan enojados saltó de la cama y echó a correr por el bosque. No paró hasta que encontró el camino de su casa. 

Adaptación de Patricia Suárez.




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